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La industria de Pájaro bobo

El Menesteroso, mano de la Providencia

El Menesteroso llega puntualmente con su paso ligero de legionario y sendas bolsas del súper en las manos. Se agacha a la usanza moruna delante de la gatera y, al momento, los gatitos del jardín de infancia el Descampao le dan la bienvenida con la boca abierta y el rabo en alto. A los gatitos de este jardín de infancia Margarita, mujer sensible, y Pájaro bobo, huérfano de guerra, los llaman superinos, que es palabra cariñosa de su invención y, por lo tanto, exclusiva de su idiolecto; en cambio, Blacky, caniche celoso del cariño de su mestressa, se refiere a ellos con un despectivo «esos bichos», y sólo cuando no tiene más remedio. El Menesteroso, mano providencial de la Providencia, ha dejado las bolsas en el suelo, ha sacado de ellas varios potecitos y de los potecitos condumio a la carta: vianda, potaje y agua. Los superinos se han puesto a comer pausadamente, sin pelearse entre ellos, señal de que no les faltan ni cuidados ni alimentos. En eso también se diferencian de millones de seres humanos condenados de por vida a una vida inhumana por sus carencias. Cumplida su misión, el Menesteroso ha vuelto sobre sus pasos con su paso ligero de legionario; Pájaro bobo lo ha observado desde el simbólico ojo de buey de su búnker de papel y letra impresa y, antes de perderlo de vista, le ha dado las gracias con la mirada.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿por qué el Menesteroso se cuida cada día del año de dar de comer a los superinos tres veces al día, siendo así que, por menesteroso, él también lo ha de menester?

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