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La industria de Pájaro bobo

Robert Fischer: el estilo como superación del estilo


Hay personas que, elevándose por encima de las limitaciones innatas, se liberan de la huella de su pie

Siempre nos enseñaron que «el estilo es el hombre» cuando acaso deberían habernos enseñado que «el ser humano es el estilo». Alguien cuyo nombre Pájaro bobo no recuerda escribió, no hace mucho tiempo, que «el estilo es la transgresión de la norma», definición que podemos dar, a un mismo tiempo, por parcialmente correcta y parcialmente incorrecta, pues el estilo es en definitiva toda una manera personal (¿única?) de ser y estar en el mundo. Eso es, al menos, lo que Pájaro bobo piensa. De hecho, él también tiene su estilo. Robert Fischer consiguió superar las tendencias innatas e inconscientes que determinaban su modo de jugar y, a partir de ahí, desarrollar otro que no era producto inexorable de su temperamento sino fruto sazonado y razonado de sus conocimientos, conocimientos que le decían cómo debía jugar y, más concretamente, que debía tratar cada posición en función de las condiciones objetivas, no en función de una manera apriorística y en buena medida incontrolable de percibir el juego y sus diferentes situaciones. Así, el atormentado judío estadounidense consiguió hacer suyo un estilo que, por suprapersonal, era impersonal y prácticamente inimitable. Varios jugadores de ajedrez, como, por ejemplo, el cubano Raúl Capalablanca, posiblemente el hombre con la visión más profunda y diáfana del llamado juego-ciencia en términos dinámicos, han llegado a esos niveles de excelencia y, en cambio, otros predicaban y practicaban un juego esencialmente agresivo. Es sabido que Alekhine, un bebedor nada santo, estaba dominado por una agresividad del tipo instinto asesino, mientras que el erudito judío Emmanuel Lasker afirmaba que en cada momento hay que hacer no la mejor jugada sino la más molesta para el contrincante. El caso de Robert Fischer es tanto más interesante en términos psicológicos cuanto que no tuvo una formación intelectual equilibrada y completa y, como es sabido, padeció graves trastornos psíquicos durante gran parte de su vida.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿tenía razón el que definió el ajedrez como una masturbación del cerebro?

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