El Sanedrín catalán: dos momentos en la vida del ciudadano Albert Rivera
En un primer momento de su actividad política, el ciudadano Albert Rivera conoció el éxito. Acompañado de dos de sus conmilitones, entró como triunfador en el Parlamento de Cataluña, parqué hasta entonces reservado rigurosamente a los brokers (léase tahúres) de la llamada clase política. En ese mismo momento, la más alta instancia político-religiosa del país, conocida con el nombre de Sanedrín catalán y alojada en una estancia no muy distante de ese mismo Parlamento, firmó su sentencia de muerte. Inmeditamente, la casa del joven ciudadano fue invadida por ratas de todos los tamaños, todos los colores y todas las procedencias. Consigna: «Acabar con él a toda costa y cuanto antes. Argumento: «No podemos consentir que se repita la historia de Vidal-Quadras». Razón de Estado: «Es necesario que muera un hombre para que viva un pueblo».
Dos preguntas ingenuas e intempestivas: ¿conseguirá el Sanedrín catalán, con la preciada ayuda de las ratas de su clavegaram (alcantarillado) político, destrozar al joven ciudadano Albert Rivera y de ese modo aniquilar todo intento de libertad democrática en el suelo y el subsuelo de Cataluña, y, en caso afirmativo, hasta cuándo?
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