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La industria de Pájaro bobo

Lengua y nación

Leo en algún lugar que la nación necesita un corazón. Lo traduzco y digo que nuestra nación necesita urgentemente un corazón sano y fuerte. El corazón de una nación es su capital; el corazón de España es y debe seguir siendo Madrid. Que no nos la vacíen para crear otra capital con nuestro dinero, con nuestras instituciones, con nuestro aeropuerto, con toda nuestra historia. con nuestra lengua.
Si en Cataluña el español de los diarios y la inmensa mayoría de las publicaciones está en manos de adictos a la causa del catalanismo separatista para filtrar noticias y difundir consignas, de modo que en unas y otras no aparezcan, o aparezcan sólo rara vez y como algo ajeno y distante, referencias a España, en el Madrid de todos los españoles el lobby fenicio sigue maquinando y trabajando sin parar.
Hoy, martes 27, el Golafre de las Pitiusas llena su página periódica y falsamente periodística con evocaciones-divagaciones perpetradas y emparedadas, una vez más, a guisa de cortina o muro de humo para no tener que hablar de lo que debería (no debiera) hablar, para no tener que decir lo que debería (no debiera) decir. En una palabra, para no definirse. En dos palabras, para nadar y guardar la ropa. Él dice y escribe: «se supone que debiera decir» y «que hubiera podido extinguirse por completo» Pájaro bobo quiere suponer que el subsodicho golafre sabe lo que debería decir y habría podido decir, pero ni lo dice ni lo dirá. Él está ahí para hacer méritos sumando deméritos. Su sueño inmediato es que le nombren director de la casa de letra y papel en la que presta sus servicios de topo y desinformador, aunque su tarjeta de visita diga o dijera «Politólogo y comentarista de la actualidad cultural y política del país, de todos los países». A Pájaro bobo le hace pensar en alguien a quien en su día bautizó con el sonoro sobrenombre de Golafre del Maresme. El hombre empezó como falangista en Burgos y, por cosas del destino, terminó vaticinando la independencia de Cataluña aquí, en Sabadell, ya en las postrimerías del siglo XX.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿por qué dejamos nuestra lengua en manos de los fenicios si sabemos que eso es como dejar en sus manos el destino de nuestra nación?

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