Entre Madrid y Berlín: de inventos y sisas
Miguel sigue en Berlín, Weltstadt y cosmópolis. No tiene problemas, ni de comunicación ni de integración. Eso dice. Además ya ha encontrado alojamiento. De modo que pronto voy a imaginármelo entregado a sus inventos y su música. De hecho, Berlín fue siempre hogar y refugio de inventores y músicos, músicos de cámara y músicos callejeros, inventores de artefactos inútiles y, lo que es infinitamente peor, inventores de artefactos bélicos y mortíferos. Lo que no es ni fácil ni probable es que se cumpla, al menos en esta generación, el deseo paterno de que él o ella estudie filosofía pura en Königsberg (hoy Kaliningrad), Göttingen o Heidelberg. Ni siquiera en la provinciana Basel, tierra de helvéticos y refugio accidental del padre espiritual de Zaratustra. Tendré que esperar. Guardaré y conservaré los libros. Y, mientras tanto, seguiré cuidándome de la intendencia y los suministros de casa a Berlín y de casa a Madrid. Miguel acaba de telefonear. Está muy contento. Gracias, hijo, por estar muy contento.
Miguel tiene ahora 25 años. Los mismos que su padre cuando, hace como medio siglo, fue a buscar fortuna a la Alemania milagrosa de la segunda posguerra. Historia extraña hecha de historias no menos extrañas, con dejà vues, coincidencias y reincidencias para todos los gustos y todas las interpretaciones. Evidentemente, argucias arcanas del sempiterno eterno retorno.
Ana ha llamado hace unos minutos. Sigue en los Madriles con sus estudios de periodismo y sus trabajos de traducción. En ocasiones, traducir puede ser una manera honrada y honrosa de vivir otra vida, pero de incógnito, como negro al servicio de un negrero. Y, a propósito, ¿qué es peor, ser negro o ser negrero? Naturalmente todo depende de la valoración o de la minusvaloración. En cualquier caso, esas cancamurrias pertenecen al pasado, y, como yo digo, pretender resolver problemas que ya están resueltos es crear nuevos problemas.
Ana es ordenada en sus cosas, empezando por el dinero. Pero tiene cierta afición a la sisa de menudeo. Pellizcos y picotazos. Vidilla. Nada grave. A excepción de una vez en la que, en lugar de pellizco o picotazo, le dio una dentellada a la cuenta del banco. Utilizó la tarjeta como ganzúa para abrir y esquilmar la caja llamada cajero automático. Al responsable de la contabilidad familiar le cogió un soponcio que le dejó patidifuso por espacio de dos semanas, hasta que llegaron nuevos suministros a principios de mes. Pero, como él dice, nunca más, nunca más. Por el bien de todos.
Ana no es malgastadora, verschwenderisch, pero, insisto, tiene una afición, acaso atávica, a la sisa menuda. Un peligro y una preocupación que, con la debida mesura, dan aliciente a la vida, sus sinsabores y sus sinsentidos.
Margarita dice que, por ahora, las cosas van bien. ¿Fórmula mágica? Que cada integrante del equipo familiar cumpla y haga cumplidamente su parte.
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