Europa, Europa
1955. Europa de posguerra. Leipzig sin Friedrich, el argonauta. Viena con Wittgenstein, el maestro. Praga con Kafka, el grajo apátrida, en el recuerdo. Nuremberg sin juicios ni holocaustos. Basilea, puerta y puerto de aquella Mitteleuropa a la que alguien llamó Kakania.
Kakania, Kakania, patria de cuantos, por no tener ninguna, se identificaban con la lengua, la lengua franca que se hablaba, por encima de fronteras estatales y guetos étnicos, desde la margen derecha del Rhin hasta la margen derecha del Volga, desde más abajo de los Alpes helvéticos hasta más arriba de la hanseática ciudad de Lübeck.
Kakania presidió buena parte de la política europea de la segunda mitad del siglo XIX y se extinguió en 1918, momento en el que, para muchos historiadores, se extingue también «el largo siglo XIX» y empieza el corto siglo XX.
Ahora Mitteleuropa está emergiendo de sus cenizas una vez más, ¿por última vez?
Once de la noche. Cruce de la Zwinglistrasse con el Erasmusring. Luz de neón envuelta en bruma del norte. Con 25 años. Las manos en los bolsillos. Me pregunto dónde estoy y por un momento soy incapaz de contestar. Aun así, un extraño e incomprensible dejà vue me persigue, me acosa.
Intento huir de mi mismo.
Callejeo, vagabundeo, merodeo. Al acecho. Perdido. No derrotado. Decidido a sobrevivir. A salto de mata. Con la perfidia que otorga la miseria. Miseria y perfidia del sur. Ojos de rapaz nocturna. Nocturno español en la Europa de los europeos. La noche es del que tiene hambre. El que tiene hambre no razona. La razón es debilidad. Si razonas no comes. Si comes es posible que llegues a razonar. Llenar el estómago es mucho más que un imperativo categórico. Es instinto de supervivencia, razón de lo animal.
De cintura para arriba Europa es calvinista: los europeos son europeos. De cintura para abajo, sólo las clases medias y algunas individualidades de las clases altas son calvinistas; sólo ellas son europeas; sólo ellas están atrapadas en el esquizoide trabajar y disfrutar, ahorrar y exhibir.
En la Europa del sur, individuos y colectivos sumidos en la miseria tardarán mucho tiempo en comprender que, para luchar contra la explotación, lo más inteligente es sin duda dejarse explotar. El trabajo es a la vez una forma de explotación y una forma de lucha contra la explotación.
A esos individuos y a esos colectivos les cuesta aprender y, como les cuesta aprender, prolongan su estado y legitiman la explotación. La explotación es un medio, no un fin. De ellos depende, no de los explotadores, no del capital. La razón de ser del parásito es acelerar y mejorar la adaptación de su anfitrión al medio.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿forma parte el parásito del medio o de su anfitrión?
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