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La industria de Pájaro bobo

Blacky o la fidelidad

Para Pájaro bobo todos los seres vivos tienen alma. Y, por lo tanto, también razón y sentimientos. Sobre todo sentimientos. Por si hiciera falta, se lo ha demostrado Blacky, el caniche que acaba de cumplir trece años y está con la familia casi desde que nació. Según parece, para un can trece años son muchos, y, a decir verdad, Blacky está ya un poco viejito. Prefiere el ascensor a las escaleras. Lo suyo es cuidar de la casa y salir de paseo con la mestressa, por la mañana y por la tarde. Pero Margarita ha estado un par de días encamada, y Blacky no se ha movido de su lado. Se instaló debajo de la cama y a partir de ese momento ni oyó ni escuchó. Ni para comer ni para hacer sus necesidades. Las primeras veinticuato horas se las pasó de un tirón, sin dar señales de vida. Pájaro bobo se preguntaba qué le habría ocurrido a la criaturita, pero la mestressa le dijo que no se preocupara, que Blacky estaba bien, sólo que un poco triste. Al día siguiente accedió a salir y dar un corto paseo por su acera, lejos de los gatitos del jardín de infancia. Pero volvió a la carrera y a la carrera volvió a intalarse en su amagatall, que es su escondrijo y su segunda residencia. Pájaro bobo ya se lo tiene dicho a Margarita: «Suerte que aquí los tres inquilinos somos viejos y aproximadamente de la misma edad. Vamos envejeciendo a la vez y ayudándonos mutuamente». Él está convencido de que será el primero de la lista en abandonar el búnker de papel y letra impresa, y está contento de que sea así. A Blacky ya le ha pedido que cuide de la mestressa y Blacky ha contestado que sí, que ya lo sabe, que siempre lo ha hecho, que su mestressa no se morirá nunca, y, naturalmente, él tampoco.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿cómo se enteró Blacky de que su ama y mestressa estaba enferma y de que él debía permanecer a su lado?

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