Israel, Israel
Todo o casi todo hace pensar que a Israel le esperan tiempos muy difíciles, de manera especial a medio y largo plazo. Crear un miniestado, a modo de oasis arrancado al desierto físico y a la desidia humana, es toda una proeza; mantenerlo indefinidamente en pie, una proeza acaso aún mayor. Y, a los ojos de Pájaro bobo, una proeza imposible. Si Israel no tiene fuerzas ni recursos para mantener una guerra permanente, menos aún las tiene para aguantar una paz indefinida. Agotada la aliya (el retorno de judíos a su patria), Isarael se quedará sin savia. Eso es lo más probable desde un punto de vista actual. Los judíos han enseñado a los árabes a organizarse, a luchar, a aprender del enemigo, a adaptar y adoptar otras formas de pensar y de vivir. Los árabes son, justamente en esa zona, más de mil millones. ¿Los judíos? Unos pocos millones, y cada vez menos.
En opinión de Pájaro bobo, Israel se encuentra en un círculo vicioso que, deliberada o no deliberadamente, alimenta, perpetúa y refuerza; un círculo vicioso del que, por eso mismo, no puede salir. Israel considera que, para subsistir, debe emplear la fuerza, pero esa fuerza refuerza el odio y ese odio fortalece a los árabes; los árabes son cada vez más fuertes; los judíos, cada vez más vulnerables. ¿Solución? En teoría, la solución podría consistir en romper la espiral de agresiones y desactivar el odio. Una vez desactivado el odio, podría pensarse en ampliar los programas de colaboración entre Israel y los países árabes. De hecho, ya existen algunos. ¿Utopía? Sí, pero, ¿hay alguna otra solución?
En cualquier caso, Pájaro bobo recomienda el texto de Carlos Nadal en La Vanguardia de hoy, domingo, 20 de mayo: «Israel-Palestina, pozo amargo».
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿ha de oscilar eternamente la historia de Israel entre el mito del pueblo elegido y el mito del pueblo maldito?
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