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La industria de Pájaro bobo

teologías

Creyentes, practicantes y pecadores


El matrimonio y sus usos


Parece ser que en la actualidad hay en el mundo más musulmanes que cristianos. Y parece ser que el Vaticano así lo dice y así lo reconoce. Parece ser asimismo que el Vaticano aduce como explicación de este hecho, dado por cierto, que los musulmanes tienen más hijos que los cristianos. Pájaro bobo diría que en el primer caso la sociedad está supeditada a la religión y que en el segundo caso la religión está supeditada a la sociedad.
Dos preguntas ingenuas e intempestivas
¿Será que, en realidad, los musulmanes hacen un uso más natural y menos pecaminoso del matrimonio?
¿Será que, en realidad, los hijos de los musulmanes son más creyentes que los hijos de los cristianos?
Y, a propósito, ¿cuál es la primera y más esencial finalidad del matrimonio y sus usos?

Más allá de la voz de la Iglesia


Lo normativo y lo ético

A juicio de Pájaro bobo, la Iglesia, en cuanto institución/organización humana, está sometida a la legalidad vigente, en este caso concreto la Constitución de 1978, y, por lo tanto, tiene derecho/obligación de desarrollar sus actividades y ejercer su ministerio/magisterio dentro de ese marco. Pájaro bobo entiende que en un Estado laico y para un Estado laico las actividades de una Iglesia, de cualquier Iglesia, de todas las Iglesias, son actividades laicas y, más exactamente, sociales. Una procesion, por ejemplo, es una manifestación pública. En la doctrina de la Iglesia católica hay preceptos convencionales de carácter normativo que van dirigidos exclusivamente a sus fieles, pues son específicos o, si se quiere, privativos de ella, pero también hay preceptos, normas y mandamientos de carácter humanamente universal y necesariamente vinculantes, ya que no han sido instaurados por la Iglesia, por ninguna Iglesia, sino adoptados —¡con carácter necesario!— por ella. Regla de oro: una disposición religiosa no debe contradecir sino refrendar la ley natural. Asistir a misa los domingos es una norma convencional y en cierto sentido arbitraria de la Iglesia, mientras que el aborto es ilícito porque la ley natural y la religión natural nos dicen que es un acto contra natura. Y hay razones para pensar/creer que seguirá siendo así aunque las leyes lo aprueben e incluso aunque la Iglesia lo aprobara. Naturalmente, lo dicho sólo es válido para quienes entienden y aceptan que la ley en general y ciertas leyes en particular remiten a un referente ético universal en el tiempo y en el espacio que nos «impone» lo que está bien y lo que está mal, pero no para quienes consideran que las leyes, todas las leyes, son sólo convenciones de carácter práctico y/o instrumental que regulan el comportamiento individual y social de los seres humanos en términos de viabilidad y conveniencia. Visión metafísica y ética frente a visión física y social. En el ámbito de la vida pública, la segunda obliga a todos; la primera, no.
Pájaro bobo, pecador impenitente y feligrés heterodoxo, considera que el ser humano está sometido a un principio ético de carácter universal.
Dos preguntas ingenuas e intempestivas
¿Existe realmente un principio ético universal? Y, si existe, ¿qué prescribe y qué proscribe?

Cristianismo

Pájaro bobo considera que las familias cristianas tienen derecho a defender cristianamente la familia cristiana. La familia cristiana está formada por todas las familias cristianas. En la sociedad actual, la vida cristiana es, en muchos casos, una forma de excelencia.

¿El Big Bang o la palabra?

A Amos Oz

Leo un pequeño ensayo sobre el instante en el que alguien decide escribir algo. Al autor, Amos Oz, no le falta ingenio; tal vez debería hacer constar con más insistencia que la manera de empezar que describe es una entre otras, acaso la suya, no la única. Podemos imaginar que cada uno tiene una manera de empezar propia, nunca única. Amos Oz dice que, en términos ideales, al iniciar un relato habría que retroceder como mínimo hasta el Big Bang, «ese orgasmo cósmico con el cual empezaron todos los bangs menores». Pájaro bobo está convencido de que, en buena lógica, el punto de partida de todo relato humano, hablado o escrito, es la palabra: la palabra que, al surgir, habla de la palabra. No le parece lógico que precisamente un judío se remita el cataclismo de todos los cataclismos cósmicos como punto de partida. Él diría que en este caso es obligado invocar la palabra en cuanto alumbradora de todos los mundos reales e imaginarios, sobre todo imginarios. Imaginarios e imaginados.
Pregunta ingenua e intempestiva: ¿no debemos pensar que la palabra surgió, necesariamente, antes de que se produjera el Big Bang?
En cualquier caso tenemos derecho a imaginar que sin palabra hoy no habría ni relato (historia) ni relatos humanos para humanos (literatura). Gracias, Amos.

La mano visible de la Providencia

Son muchos los intelectuales —teólogos, filósofos, historiadores y pensadores— que han querido ver una mano invisible en la historia de la humanidad, una mano que ha guiado y ha protegido al ser humano en su vagar a través del tiempo y el espacio. Hay personas para las que eso y otras cosas por el estilo son paparruchas. Están en su derecho. Y, probablemente, en cierto sentido tienen razón, pues podemos pensar que ellas no perciben la presencia de nada que no les entre por los sentidos. No obstante, yo creo en la Providencia —¿privilegio o desgracia?—, pues he sentido claramente su presencia en varios momentos de mi vida, momentos en los que he estado al borde del abismo, al borde de la muerte. ¿Fe o superstición? En mi opinión, sólo agradecimiento.

Sabiduría popular

Sólo Dios sabe.